El aprendizaje es uno de los procesos más determinantes en la vida de los humanos y muchos fundamentan su éxito en el coeficiente intelectual determinado por los genes. Pero aunque es cierto que la inteligencia es una facultad genética, en realidad su desarrollo es la consecuencia del aprendizaje, no viceversa. Si pensamos en los términos del escritor español Fernando Alberca, la inteligencia es la capacidad de describir y resolver problemas; es decir, no radica en la cantidad de cosas que sabemos hacer, sino en cómo es nuestro comportamiento cuando no sabemos hacerlas. Por eso, según su libro Todos los niños pueden ser Einstein (Editorial ), aunque es un potencial genético, el coeficiente intelectual se adquiere en función del ambiente y de la voluntad del sujeto. De allí que sea tan importante la función familiar en los primeros años de vida, y la de los profesores en una etapa posterior. Porque son ellos los encargados de dotar al niño de las herramientas que lo acompañarán en su recorrido social, y de eso dependerá que pueda ser menos o más inteligente para resolver las situaciones de la vida.